por María Elena Morete
los
huesos de mi hombre
bajo
la tierra respirarán
sensenmiralé
sansanmiralán
Un soplo de niebla invadía aquel cuarto helado y un rayo de luz lleno de
diminutas partículas bailarinas trazaba una diagonal que dividía el lugar en
dos. El campo como un sueño verde y dorado se dejaba ver a través de la pequeña
ventana.
La abismal distancia entre el adentro y el afuera hacía parecer que un
pedazo del tiempo se había estancado en alguno de los lados. Al costado de la
casa, la enorme palmera bajo su haz de sombra guardaba rezos, murmullos y
caricias de otro tiempo.
cuatro
hojas de menta
ungidas
con sal de río
su
voluntad animarán
sensenmiralé
sansanmiralán
El crepitar de los
huesos flacos se acompasaba al gemido hueco que escapaba de la boca reseca de
la vieja, que se asomaba al aire campestre después de años de invernar la nostalgia.
hojas
para mi muertito
Sería demasiado humano decir que estaba enferma, en realidad la Emilia estaba destartalada. Se apoyaba en aquel árbol con la esperanza de robarle los secretos, creyendo que la hechicería en un acto de lealtad podría entregarle un puñado del pasado.
enrollo el ovillo lleno de grillos
se desata la tormenta
amor amor tus pies andarán
sensenmiralé sansanmiralán
Ni el angelito negro que apretaba en la mano ni el pañuelo enterrado en
el campo sabían de las cicatrices que la Emilia guardaba, por causa de aquel
hombre mal querido.
Seducida por su propio recuerdo se envolvió en aquella piel tersa y en
ese paisaje recién nacido, que festejaba a una Emilia de veinte años. Un santo
pagano besaba aquellos labios frescos; un tapete de gallinas muertas y un
collar de velas negras contrastaban con la desnudez del mármol de los cuerpos.
tres
sorbos la sangre de un gallo
me
hacen nueva me hacen bella
tus
ojos se abrirán
sensenmiralé
sansanmiralán
Volviendo al cuerpo que ahora la
habitaba, la Emilia no quiso de nuevo abrir los ojos. Apretujó su muerto contra
el pecho, lo imaginó a caballo, respiró el olor a viento que transportan los
viajeros, su cabellera blanca se volvió de plata. Se soñó girando con su
vestido de pasto.
juventud
vuelvo a tener
tierna
flor de cardo soy
amor
amor tus pies andarán
sensenmiralé
sansanmiralán
Las moscas pestilentes flotando como lunares del aire, la Emilia abrazada a la palmera , sus pies descalzos hundiéndose en la tierra , la lluvia de los tilos lenta y amarilla.
ajo
laurel amor y miel
a
mi hombre revivirán
sensenmiralé
sansanmiralán
La Emilia se quedó tan en silencio que le pareció escuchar la tierra quebrándose. Con el alma quemando y el corazón a los gritos, besó el angelito segura de que el milagro estaba hecho.