viernes, 18 de diciembre de 2020

La Emilia

                                                                                                              

                                                                                                                                             por María Elena Morete


los huesos de mi hombre

bajo la tierra respirarán

sensenmiralé sansanmiralán

 

     Un soplo de niebla invadía aquel cuarto helado y un rayo de luz lleno de diminutas partículas bailarinas trazaba una diagonal que dividía el lugar en dos. El campo como un sueño verde y dorado se dejaba ver a través de la pequeña ventana.

     La abismal distancia entre el adentro y el afuera hacía parecer que un pedazo del tiempo se había estancado en alguno de los lados. Al costado de la casa, la enorme palmera bajo su haz de sombra guardaba rezos, murmullos y caricias de otro tiempo.

 

cuatro hojas de menta

ungidas con sal de río

su voluntad animarán

sensenmiralé sansanmiralán

 

          El crepitar de los huesos flacos se acompasaba al gemido hueco que escapaba de la boca reseca de la vieja, que se asomaba al aire campestre después de años  de invernar la nostalgia.

 

hojas para mi muertito

 

          Sería demasiado humano decir que estaba enferma, en realidad la Emilia estaba destartalada. Se apoyaba en aquel árbol con la esperanza de robarle los secretos, creyendo que la hechicería en un acto de lealtad podría entregarle un puñado del pasado. 

 

   enrollo el ovillo lleno de grillos

se desata la tormenta

                                  amor amor tus pies andarán                                  

                        sensenmiralé sansanmiralán                       

                                                                                                                                                                                                         

          Ni el angelito negro que apretaba en la mano ni el pañuelo enterrado en el campo sabían de las cicatrices que la Emilia guardaba, por causa de aquel hombre mal querido.                                                              

          Seducida por su propio recuerdo se envolvió en aquella piel tersa y en ese paisaje recién nacido, que festejaba a una Emilia de veinte años. Un santo pagano besaba aquellos labios frescos; un tapete de gallinas muertas y un collar de velas negras contrastaban con la desnudez del mármol de los cuerpos.

 

tres sorbos la sangre de un gallo

me hacen nueva me hacen bella

tus ojos se abrirán

sensenmiralé sansanmiralán

                                                                                                                  

          Volviendo al cuerpo que ahora la habitaba, la Emilia no quiso de nuevo abrir los ojos. Apretujó su muerto contra el pecho, lo imaginó a caballo, respiró el olor a viento que transportan los viajeros, su cabellera blanca se volvió de plata. Se soñó girando con su vestido de pasto.

 

juventud vuelvo a tener

tierna flor de cardo soy

amor amor tus pies andarán

sensenmiralé sansanmiralán

 

          Las moscas pestilentes flotando como lunares del aire, la Emilia abrazada a la palmera , sus pies descalzos hundiéndose en la tierra , la lluvia de los tilos lenta y amarilla. 

 

ajo laurel amor y miel

a mi hombre revivirán

sensenmiralé sansanmiralán

 

          La Emilia se quedó tan en silencio que le pareció escuchar la tierra quebrándose. Con el alma quemando y el corazón a los gritos, besó el angelito segura de que el milagro estaba hecho.