martes, 3 de enero de 2012

El gran amor de Roberto Robledo

              por Fabián Montagna          

            
           El despertador, como cada mañana, sonó a las seis. Roberto Robledo lo apagó con bronca, con excesivo rencor.
Y, también como cada mañana, ella lo abrazó y le susurró, casi como una súplica, al oído:
- Quedate cinco minutos más.
Él dudó un instante. La acarició muy despacio y con la voz rugosa, después de una noche de sueño, dijo, mientras se levantaba:
- No puedo, acordate lo que pasó la última vez que me quedé, por poco me echan de la fábrica.
Roberto Robledo se vistió en silencio y fue al baño. Por un momento estuvo tentado de volver con ella. El agua fría lo despabiló y la idea se fue por el desagüe. 
Cuando pasó por la habitación, desde la puerta y sin prender la luz murmuró:
- Nos vemos más tarde.
Ella no contestó. Se quedó en silencio, sola, en la penumbra del cuarto.
A la noche Roberto llegó cansado, el día había sido largo. Luego de cenar  y de ver algo en televisión, se fue a acostar. Ella lo estaba esperando. Estaba impecable. Se abrazaron, se acurrucaron y el sueño no tardó en llegar.
Por la mañana repitieron la rutina: el despertador, la petición de ella para que se quede, la  negación de Roberto, la despedida.
Y al día siguiente, y al otro y al siguiente.
Así pasaron los días, los meses, los años. Se sentían cada vez más unidos. Sin exigencias, ni de un lado ni del otro. Ella en silencio. Él disfrutando de los momentos compartidos.
Un día de fines de mayo, Roberto Robledo, volviendo en tren de la fábrica conoció a Mónica Montero, una morocha de ojos almendrados y labios sugerentes.
Fue de casualidad. Ella se sentó a su lado y se puso a leer “El Capital” de Marx. Dos estaciones más adelante, él se animó y le preguntó:
- Complicado ¿no?... el libro digo.
Ella lo miró por sobre los lentes que descansaban en la punta de su nariz  y le respondió:
- Trato, no es para nada sencillo, pero me tiene atrapada. ¿Lo leíste?
- Lo empecé tres veces y las tres lo abandoné.
Mónica intentó una especie de síntesis, le contó algo de la vida de Marx y del contexto en el que fue escrito.
Roberto la oía con atención. Lo atraía su forma de decir, de expresarse, de gesticular.
En cambio ella, que venía de arrastrar un par de frustraciones amorosas, sintió un poco de temor ante esta situación.
El destino y ellos hicieron que los viajes se hicieran frecuentes, placenteros, literarios.
Él regresaba a su casa como siempre, en su semblante jamás demostró lo que empezaba a sentir por Mónica.
Ni siquiera ella, que esperaba su regreso durante el día, las noches, los ponientes y las madrugadas, notó algo distinto en él. Sólo esperaba su vuelta para abrazarlo, cuidarlo, sentirlo.
La rutina no se modificó: el despertador, el ruego de ella, la negación de él, el baño, la despedida…

Dos meses después de conocer a Mónica, Roberto la invitó a su casa.
Cuando el timbre sonó ella estaba, como siempre, en el dormitorio. Sabía que ese era su lugar, su mundo.
Luego de unos mates y terminar de analizar “El Capital”, Roberto tomó a Mónica de las manos. Sintió la piel cristalina de sus manos entre las suyas. La miró fijo a los ojos y ensayó un beso. Ella  no se resistió. Unos minutos más tarde él le propuso ir al dormitorio.
Cuando la puerta se abrió, le dijo a Mónica:
- Ella es de quien tanto te hablé.
- Es como me la imaginé - dijo ella - ¿pensás que le caigo bien?
- No tengo dudas que sí.
Roberto Robledo y Mónica Montero se acostaron  y los tres hicieron el amor.
A la mañana siguiente el despertador sonó a las seis como siempre.
Él lo apagó con bronca, con el mismo rencor de cada mañana.
Mónica lo abrazó y le susurró al oído:
- Quedate un ratito más.
Ella también se lo pidió.
- Cinco minutos, nada más – ambas se habían puesto de acuerdo.
Roberto no dijo nada, se puso de pie y comenzó a vestirse, luego fue al baño.
Cuando pasó por la habitación, desde la puerta y sin prender la luz dijo:
- Nos vemos a la noche.
Ninguna de las dos contestó.
Así, en silencio, permanecieron abrazadas y acurrucadas por lo menos una hora.
Cuando Roberto llegó del trabajo, encontró un papel sobre la mesa de la cocina que decía:
                                                
Fijate si te gusta como quedó.
                                                Nos vemos a la noche.
                       
                                                                                   Un beso.
                                                                                   Mónica.

                                                                                                              

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